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Sierra Norte de Guadalajara

Montañas y ríos, escultores del paisaje

El parque se extiende por 116 953 hectáreas en el punto donde se produce el encuentro entre los sistemas Central e Ibérico y el sector noreste de la Cuenca del Tajo.
Esta conjunción explica la notable diversidad de rocas que afloran en el Parque y que son responsables de su singular fisonomía. Predominan las pizarras, cuarcitas y gneises (todas ellas rocas metamórficas muy antiguas), que conforman cuchillares, crestones, valles encajados, cañones fluviales, canchales y pedrizas, escarpes con espectaculares saltos de agua, y en las zonas de mayor altitud, circos glaciares como el del Pico del Lobo y el del Pico Tres Provincias o Cebollera Vieja, en los que son visibles los restos de antiguas morrenas glaciares. Pero también hay calizas que han dado lugar a paisajes fantásticos como la ciudad encantada de Tamajón y hoces como las de Retiendas y Valdepeñas de la Sierra.

En la zona suroeste del parque son características las extensas rañas rojizas, depósitos muy antiguos de materiales poco consolidados formados por cantos de cuarcitas empastados en arcillas, donde son frecuentes llamativos paisajes erosivos de cárcavas y barrancos. Todo ello configura paisajes muy diferentes que ofrecen a la vista grandes contrastes en muy poco espacio.

Un parque de montañas

El relieve del parque natural es muy accidentado y conforma un conjunto montañoso que incluye diversos macizos y sierras, como los del Lobo-Cebollera, donde se encuentran los únicos circos glaciares de toda la región castellano-manchega, La Tornera-Centenera, la Tejera Negra, el Alto Rey, el Ocejón, o la Sierra Gorda. En total se cuentan más de veinte cimas que superan los dos mil metros de altitud, un grupo que lidera el Pico del Lobo, con 2.274 metros de altitud (fuente IGN), la cumbre más alta de Castilla-La Mancha. 

 

Estas montañas son la cuna de los tres ríos que vertebran el territorio del parque: el Jarama, el Sorbe y el Bornova. En compañía de sus muchos afluentes, como los ríos Jaramilla, Veguillas, Berbellido, Lillas, Zarzas, Sonsaz o Cristóbal, conforman una red fluvial caracterizada por la alta calidad de sus aguas y las valiosas comunidades faunísticas y vegetales que sustentan.

Los bosques de ribera que los flanquean, como abedulares y tremulares en sus tramos altos, o alisedas, fresnedas, saucedas y alamedas en sus tramos medios, presentan un excelente estado de conservación. En las zonas más elevadas del parque viven bosques de hayas, abedules, serbales, tejos y acebos, vegetación que es propia de latitudes más septentrionales, y que aquí son testigos de épocas pasadas más frías. Tras la retirada de los glaciares, estas especies eurosiberianas encontraron refugio en lugares con un microclima especial, llegando hasta nuestros días como bosques relictos.

Una sierra viva

La gran variedad de hábitats presentes en la Sierra Norte favorece la existencia de una valiosa fauna. En el parque Natural se han inventariado 260 especies vertebradas, de las cuales 195 son especies protegidas, incluidas en el Catálogo Regional de Especies Amenazadas de Castilla-La Mancha, y muchas de ellas son objeto de programas específicos para su conservación. 

 

Las aves son el grupo más diverso. En los roquedos nidifica el águila perdicera, especie en peligro de extinción, así como otras especies protegidas como águila real, halcón peregrino, buitre leonado y chova piquirroja. En los bosques habitan milanos reales, halcones abejeros, águilas culebreras y azores, entre muchas otras especies. Pero quizá la especie más singular sea el pechiazul, que en Castilla-La Mancha solo nidifica en los pastizales y piornales de alta montaña del Parque Natural.

 

En los bosques de la Sierra Norte de Guadalajara es abundante el corzo y el jabalí y habitan diversas especies de carnívoros como el gato montés, la garduña, la gineta o el tejón, aunque destaca especialmente, el lobo, especie catalogada en peligro de extinción en Castilla-La Mancha que está recolonizando este territorio, para la que se desarrolla un programa de conservación específico que tiene como objetivo lograr su asentamiento estable de forma compatible con la actividad ganadera que en él se desarrolla.

Paisaje armónico

La variada geología de la Sierra Norte de Guadalajara ha condicionado las actividades humanas que se han desarrollado sobre su territorio: la agricultura, la ganadería, la artesanía, la arquitectura tradicional, las comunicaciones o la ubicación y el tamaño de las poblaciones, han ido evolucionando en buena parte bajo los condicionantes impuestos por la configuración geológica de este territorio. Esto último es especialmente notable en la Sierra Norte. Los pueblos nacen de la tierra y toman sus materiales de construcción del terreno.

 

Las rocas predominantes marcan la fisonomía de los pueblos. En torno al Pico Ocejón encontramos los bellos pueblos de la Arquitectura Negra, con predominio de pizarras y cuarcitas, como Valverde de los Arroyos, Umbralejo, Majaelrayo o Campillo de Ranas y sus pedanías. Y al pie de la Sierra de Alto Rey, donde abundan los gneises con alto contenido en mica, los pueblos de la Arquitectura Dorada, como Bustares, El Ordial, Villares de Jadraque o Hiendelaencina. Son pueblos mimetizados con su entorno que, lejos de distorsionar el paisaje, lo realzan. 

 

El territorio de la Sierra Norte y la ganadería han ido de la mano desde antaño. Existe entre ellos una estrecha vinculación que se plasma en el paisaje, moldeado por el pastoreo del ganado, principalmente vacuno y, en menor medida, lanar y caprino. Desparramados por toda la sierra, a veces en lugares remotos e inverosímiles, hay corrales y taínas de piedra seca (cobertizos de uso ganadero), chozos de pastores, cercas con hincaderas, humildes puentes de pizarra que no es que se confundan con el paisaje, es que son paisaje. 

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