Un deleite para el paladar
En las colinas del Montseny, donde la tierra se funde con el cielo, descubrimos un tesoro de sabores ancestrales. Aquí, la producción artesanal cobra vida en cada rincón, tejiendo una historia de tradición y pasión. Los productos locales, arraigados en la tierra fértil y acariciados por el sol, se convierten en auténticas joyas gastronómicas.
- Quesos que susurran secretos: En las pequeñas queserías, los maestros queseros dan forma a la leche con manos expertas. Los quesos, como piedras preciosas, revelan su carácter único: desde los suaves y cremosos hasta los intensos y añejos. Cada bocado es un viaje a los pastos verdes y las brisas frescas del Montseny.
- Frutos del bosque: En las alturas del Montseny, donde el aire se vuelve más fresco y la luz del sol acaricia las hojas, la naturaleza despliega su generosidad. Allí, entre los vericuetos de los senderos, se ocultan tesoros: moras, frambuesas, fresas... Cada bocado es una explosión de sabor: dulzura y acidez entrelazadas en una danza perfecta.
- Embutidos que laten al ritmo de la montaña: Las carnes curadas, como tesoros ahumados, cuelgan en las bodegas. La butifarra, con su aroma a leña y especias, se sirve junto a las “mongetes del ganxet”, legumbres que han conquistado paladares y corazones. Es un homenaje a la tierra y a las generaciones que la han cuidado.
- Setas que emergen como secretos del suelo: En otoño, los bosques se llenan de tesoros micológicos. Los carletes, níscalos y rebozuelos se esconden bajo las hojas caídas. Los cazadores de setas, con ojos avizores, recorren los senderos en busca de estas delicias efímeras. En la cocina, se transforman en risottos, guisos y conservas que hacen saborear todos los paladares.
- La ternura de los rebaños: Los pastores guían a las ovejas y cabras por las laderas. La carne de cordero, cabrito y ternera se asa a la brasa, impregnándose del aroma del humo y la hierba.
- La caza, un baile con el viento: Los cazadores persiguen al jabalí, siguiendo sus huellas en la tierra húmeda. El civet de jabalí, con su salsa densa y aromática, se sirve en las mesas de los restaurantes. Es un homenaje a la naturaleza salvaje y a la conexión ancestral entre el hombre y la presa.
- Las castañas, guardianas del otoño: este pequeño tesoro otoñal, esconde en su piel una dulzura que evoca fogatas y tardes frescas. En el Montseny, las castañas caen de los árboles como monedas de oro, y su aroma tostado se mezcla con el olor a tierra húmeda. En la actualidad este producto se puede encontrar todo el año, en diferentes productos : queso, mermelada, licor, harina...
- La ratafia, el licor del territorio: El origen del nombre, como una leyenda tejida entre obispos y labradores, nos transporta a la Taula dels Tres Bisbes de Sant Marçal. Cuenta la historia que, en un día de reunión de tres obispos en esa misma mesa de piedra, mientras dirimían algunos puntos de desacuerdo entre ellos, un payes les ofreció un licor. Uno de los obispos lo encontró exquisito y preguntó su nombre. “No tiene nombre, lo hacemos con mi mujer, es un licor de hierbas”- dijo el hombre. En ese instante, otro obispo, con el documento de concordia en mano, pronunció “rat” (significa “leído”) y “fiat” (significa “firmado”). El payes, sin contradecir, bautizó el licor como “rat-i fiat”, que con el tiempo se transformó en ratafia.
Hoy, la ratafia sigue siendo un elixir mágico. Elaborada con nueces verdes, especias y más de 30 plantas aromáticas, es la pura esencia de los secretos del Montseny. Dulce, equilibrada y sorprendente, cada sorbo nos conecta con la tierra y su historia centenaria.